Recortes en el agua

22 mayo 2012

Gracias Chary, buen recordatorio

Facultad de Psicología. Psicología del Aprendizaje. Hoy vamos a hablar de la indefensión aprendida.

Hasta ahora hemos visto lo que ocurre si a un perro encerrado en una jaula lo premiamos cada vez que realiza un comportamiento determinado, si lo premiamos solo a intervalos fijos o bien a intervalos variables, si no lo premiamos nunca o si le retiramos un castigo cuando hace lo que queremos que haga. En todos los casos el perro aprenderá que su conducta tiene una consecuencia o incluso una falta de consecuencia que él conseguirá predecir tras un breve período de aprendizaje. Y su salud mental y emocional permanecerá dentro de los límites de lo saludable.

Pero, ¿qué ocurrirá si, haga lo que haga el perro, siempre lo castigamos? Una jaula con una parrilla electrificada por suelo. Un perro encerrado dentro. Una serie de descargas que se repiten a intervalos variables, indefinidamente, sin que nada de lo que haga el animal tenga como consecuencia el cese del martirio. Al principio el perro desarrollará una actividad frenética, hará todo lo que un perro puede hacer dentro de una jaula con la esperanza de que el azar y su empeño den con el comportamiento que le libere del suplicio: levantar la pata izquierda delantera, la derecha, aullar, saltar, mover el rabo... Lo que demonios sea que se le haya antojado al experimentador-torturador para que acaben de una vez las malditas descargas. Pero todo es inútil. Haga lo que haga las descargas continúan, cadenciosamente, sin piedad, sin fin. El perro acaba por dejarse caer en un rincón y no hacer nada. No come. No ladra. No se queja. No lucha. Soporta descarga tras descarga sin inmutarse. Está enfermo. Sufre indefensión aprendida.

Hace veinte años que escuché por primera vez esta lección de psicología básica. Casi la había olvidado.

 "..."


Da igual que le ponga empeño a lo que hace, que crea en ello, que espere una recompensa... No habrá recompensa. Mejor dicho: la recompensa no vendrá del que le mantiene encerrado en una jaula con parrilla electrificada por suelo. Él ha decidido que ahora toca la descarga indiscriminada y la indefensión aprendida.

Pero le contaré un secreto. La jaula tiene una puerta. Todas las jaulas tienen una. Dentro de la jaula no acabarán las descargas pero fuera hay aire puro, tierra firme, alimento fresco y otros perros maltratados con los que, tras maniatar y amordazar al experimentador-torturador, construir un mundo sin jaulas. Solo es cuestión de abandonar el rincón en el que nos hemos ovillado sumidos en la desesperanza, comprender que la única salida está tras las rejas y descorrer el cerrojo.

Hace veinte años que escuché esta lección de psicología básica por primera vez. Y casi la había olvidado... Con lo importante que era.

Sofía Balmont

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